Poética del sur

No se me ocurre otra cosa que escribirte este poema. Tengo llamadas perdidas y un whatsup que transforma mi vida. ¡Llámame urgente! No quería escuchar... Papá ha muerto. Mi vientre se hincha de dolor... Brotan lágrimas y pañuelos caen en cascadas, se me hincha la cara. Siento mis ojos desorbitados, vacíos de tu ausencia. Mi cuerpo dolorido se vuelve fiera como leona recién parida. Mi mente anestesiada. Recorro la Alameda hablando contigo, en busca de ese bar gay que tanto nos gustaba. No siento nada..., solo mi vientre pare tu perdida. Nunca te he sentido tan dormido, tan inerte, tan muerto... Estoy sola en casa y mi cuerpo me invita al sueño, este cuerpo que tú, envidiabas. No siento nada...

Fuí para ver la tumba de Zenobia y J.R.J. No sentí nada. Cuando perciví tu mirada felina, nos hicimos complices, y una vez más a la vida se le antojó, un impulso desafiante. Sigilosamente gata.

Soy demasiado insensible para suicidarme de este bello y despiadado mundo. Quizás cobarde cuando me enfrento a mi misma, siempre me quiero marchar para no sufrir esta soledad que me oprime y que solo puedo compartir con las muertas. Con Virginia Woolf me siento a tomar el té que tanto nos gusta. Hablamos de psicoanálisis, de los hijos que nunca tuvo, de su suicidio, del mio. Lo que más siento es no poder compartir mi feminidad en un lecho cómplice. ó ¿Eso solo se vive en verso?

Como el calor de mis sábanas te acercaste a mi y tu cuerpo quedó junto al mio desnudando el abrazo. Me levanté para purificar mi cuerpo con agua de lluvia y responder a tu entrega. Cuando regresé ya no estabas me querías tal cual, con las heridas del tiempo. Tú y yo eramos la misma piel el mismo corazón, entonces comprendí que tenia que aceptar esa parte mía.

El alma salvaje arrulla en tus entrañas conjuros de Paz. El eco se transforma en tambores que solo reconoce el trabajo incansable de la alquimia. De color tiña es la mordida descarnada de la envidia reconocible por los ojos de la loba.