Lagrimas del pasado
El fantasma del buen aire Aparco el coche en la sombra de un castaño, cojo el ordenador, camino hacia la entrada del gran palacete. Sentada placidamente estaba la recepcionista, característica que no tenía la inquieta gobernanta que me esperaba mano en llaves para asignarme mi número de habitación el 47. ¡Extraordinario! -pensé, - hace cuarenta y siete años que dejé el internado. Subí las magnificas escaleras que me miraban descaradamente: como una amante mira a su conquista y con lentitud fijando cada paso me dirigí a mi habitación. Abrí la puerta con recelo y la oscuridad del recinto me atrajo hacia dentro, mis ojos escudriñaban luz para dejar mi ceguera. A tientas iba buscando un interruptor, noté un fuerte viento que me refrescó la cara e irisaron los bellos de mi cuerpo, me desgarró el alma, y a la vez, me llenó de placer. Escucho pasos y veo venir una llamarada agarrada por manos que parecían el vivo reflejo del ardor que sentía. Tranquilizo mi corazón acelerado